Dos volúmenes unidos por un puente resuelven el programa de este centro de yoga, cuya materialización en hormigón y piedra surge de la búsqueda de una neutralidad que acompañe simbólicamente el destino del lugar: convertirse en un espacio de introspección y relax urbano. La sala, corazón del centro, se ubica aislada de la calle y suelta dentro de la manzana, en busca de un clima introvertido, aunque visible y partícipe del frente urbano. El conjunto se organiza en una secuencia de patio urbano, edificio, patio de contemplación, edificio y patio de meditación. La caja de hormigón de 6 metros de altura que contiene la sala estimula la introspección, con luz natural que baña cenitalmente el edificio a través de claraboyas. La distribución es sencilla: adelante, recepción y vestuarios; atrás, práctica, dominada por el peso y la forma del gran techo de hormigón.